San Blas fue aquel médico y obispo de Sebaste (Armenia) que curó de sopetón, con sólo imponerle las manos, a un niño que agonizaba porque tenía una espina de pescado atravesada en el gaznate. Por eso es el patrón de los otorrinolaringólogos y por eso hay mamás que aún repiten, cuando el churumbel se les pone azul: "San Blas bendito, que se ahoga el angelito". El famoso milagro sucedió en el año 316, momentos antes de que los enemigos paganos del santo, haciendo gala de un fino humor negro, le cortaran la garganta.
Menos conocida es la historia eremítica de san Blas, aquella época en que, para librarse de la persecución de Diocleciano, se refugió en una cueva del monte Argeo; una cueva a la que se acercaban todos los animales pachuchos del bosque con la seguridad de salir sanados. Su compenetración con las bestias era tal, que cuando los romanos venían buscando fieras para echar a los cristianos, una voz del obispo-medicina bastaba para que éstas se esfumaran sin dejar rastro. Ironías del destino, luego a San Blas se le consideraría, como a san Eustaquio o a san Huberto, el protector de los cazadores.
A este san Blas, amigo de la naturaleza y la vida retirada, le hubiese agradado la pequeña ermita que lleva su nombre en las dehesas de Miraflores, al pie de la Najarra. También le hubiese gustado el vecino
hueco de San Blas, como se conoce el valle que se forma entre la Cuerda Larga y las laderas orientales de la Pedriza, y por el que corre el arroyo del Mediano en busca del Manzanares. Que una de las montañas
que cierran este valle, precisamente donde ambos macizos se tocan, se llame alto de Matasanos, quizá le hubiese hecho menos gracia, al ser médico.
Ruta de Senderismo por la Sierra de Madrid
Distancia: 18km
Desnivel: 325 metros de subida, 960 metros de bajada